El frio del
ambiente se arrastraba por su piel y calaba sus huesos, en esa pequeña cabina
de reparación que surcaba el espacio. Había bostezado mil veces mientras dejaba
su café a intervalos en el portavaso, más por aburrimiento que falta de sueño.
El espacio era aburrido, un infinito de lo mismo una y otra vez.
Necesitaba
llegar pronto a la estación para repostar materiales y continuar su trabajo, de
lo contrario el satélite no estaría listo en el plazo acordado. La necesaria
desviación para evadir el campo de asteroides ahora parecía una mala decisión,
o como mínimo, poco eficiente.
Apremiado
jalo la palanca hacia delante y llevo al motor al máximo desempeño posible. La
turbina rugió y las estrellas distantes se convirtieron en líneas rápidas a su
alrededor. Durante algunos segundos creyó que el cacharro lo lograría, pero momentos
más tarde, la consola le indico que el motor había sufrido un infarto sin
posibilidad de reanimación. El sacrificio no había merecido el precio, aún
quedaba espacio por recorrer y ya no tenía como. Su esperanza estaba al nivel
de su café, vacío.
Sin
nada que perder decidió poner en práctica una improvisada operación
experimental, de todos modos, ya estaba varado y sin café. En el suelo y boca
arriba encontró el panel con las conexiones al motor, junto con un pequeño
dolor de espalda. Unas rápidas reconexiones intercalando colores fue todo lo
que necesito. Casi de inmediato el motor comenzó a cantar nuevamente y las
estrellas volvieron a moverse.
En unos cuantos minutos las luces parpadeantes y
enormes de la estación lo segaron un momento. Él saludó agitando su vaso,
mientras los motores aminoraban la marcha y se preparaban para el abordaje. Al
final del día, podían pasar muchas cosas en aquel vacío infinito, una y otra
vez.
